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París, Francia.  Pigmentos y elementos como carbón, asfalto, arena, tierra y cemento dan color y textura a los íntimos tormentos del pintor oaxaqueño Alberto Ramírez.  En su taller de grandes ventanales y muros de más de tres metros de alto, situado al oeste de París, el artista trabaja con lienzos de tres por dos, dimensión en la que prefiere pintar.   “Me siento mejor con los grandes formatos.  Cuando trabajo soy muy nervioso, siento que éste tamaño se vuelve más expresivo, más inmediato, puedo verter, chorrear, el gran espacio obedece a la espontaneidad… el pequeño espacio es más meticuloso, hay que trabajarlo con más paciencia.  En una tela grande rasgo y pinto e inmediatamente sé si es interesante lo que va a salir, en los pequeños es más desesperante”.  Esta forma de expresar el momento creativo explica el hilo conductor de su trabajo: informalismo azaroso y quimérico. 

En la obra de Ramírez, la presencia humana ha ido cediendo el lugar a la fuerza de la expresión de la tierra en el sentido más amplio: materiales e inspiración alimentan su actual veta creativa, por hablar en los mismos términos de la esencia que nutre su obra.  “Quiero dar un vuelco a mi trabajo figurativo, un aspecto más mineral, más vegetal, más terroso, por ahí hay una salida favorable a mi estilo de expresión: es la representación de la naturaleza como si se viera a través de una lupa, de un microscopio que resalta ciertos aspectos de la roca, del grano de arena… eso me lleva a querer extraer del mineral o del vegetal una información que para mi es preciosa.

“Mi trabajo conlleva un espíritu experimental y lúdico, desde el uso de materiales extrapictóricos naturales, hasta láminas o placas, superficies rugosas y otros materiales urbanos, pudiendo llegar a resultantes de collage o cuadros objeto”. 

El artista resiente un cambio en su pintura que viene gestándose desde hace unos tres años... o probablemente más:  “lo importante es tener la lucidez de visualizarlo, de expresarlo de manera más clara, este es el desafío para el pintor: saber que hay algo ahí y atraparlo.

“Me propongo convertir en visión plástica los atributos de la materia pictórica: la porosa rugosidad del emplaste del óleo, la textura áspera del arena y la tierra, el efecto erosionado matérico.  La presencia humana, al igual que la naturaleza, es una evocación accidental, configurando meras sombras o siluetas que tienden a desaparecer para dar lugar a una sola pintura, en una suerte de abstracción, con elementos reconocibles.  Personalmente me motiva el hecho de plantearme la posibilidad de una visión plástica imaginativa e imaginaria, como ‘vistas’ abstractas y figurativas, parte de lo cual presento en el Centro de Cultura Casa Lamm, en la ciudad de México”. 

 

¿Vivir en París ha influido en tu obra?

Por supuesto, es una ciudad que permite descubrir un gran abanico de posibilidades, desde técnicas hasta de contenido, de expresión.  Todo esto consolida la experiencia personal, el bagaje cultural, informativo, la cabeza, el alma… me da seguridad para meterme de lleno a mi trabajo, transformar lo que hay en mi interior e ir más allá, no incidir siempre en lo mismo, lo cual sería artesanía y conducirlo hacia la internacionalización, un trabajo que no se quede a un nivel local, regional, con códigos propios a una cultura en particular.  Salir es fundamental, hay cosas que no da el entorno. 

¿Y la luz de París que tantos artistas evocan?

¿Luz? ¡Luz en Oaxaca!

En efecto el pintor, quien reside en París desde hace 22 años, mantiene intacto su taller en Jalatlaco, Oaxaca, donde da unas pinceladas cada vez que pasa por ahí. 

Por Eva Muñoz Ledo 

Recuadro:

Egresado de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Oaxaca (1974), Alberto Ramírez (1959) ha participado en numerosas exposiciones colectivas en Francia, Italia, Holanda, Alemania, Inglaterra, Suiza y Japón, Estados Unidos y desde luego México.  Además de las recientes muestras individuales en el Centro de Cultura Casa Lamm, su galerista en México, cabe mencionar su presencia en la exposición “Diálogo entre las culturas”, que tuvo lugar en la sede de la Unesco, en París, el mes de marzo 2002.

Entre otros hechos destacados de su trayectoria, el pintor ha sido distinguido con mención especial en la Primera bienal de Monterrey, México, en 1991; el tercer lugar en el Premio Internacional de Pintura en Toulouse, Francia y los talleres del diario francés Le Monde tienen un mural de su autoría.